
Aquí
tenéis uno de los muchos artículos sobre los fenicios
que podemos encontrar en Internet. Si os apetece leerlo, (es algo
extenso), entenderéis la importancia de los barcos de Mazarrón.
Durante mucho
tiempo fueron un pueblo muy desconocido. Citados únicamente
por Homero en La Odisea y en La Ilíada, por Plinio y por algunos
pasajes de la Biblia. En el actual Líbano y la costa de Siria,
una serie de tribus que hablaban lenguas semíticas se establecieron
en pequeñas aldeas de pescadores en la costa. Los asentamientos
fueron creciendo hasta convertirse en ciudades como Ugarit, Biblos
y Sidón. La geografía resultaba demasiado accidentada
para comunicarse fácilmente por tierra entre ellas. Cada una
de ellas fue constituyéndose en un estado autónomo centrados
en la buena marcha de los negocios. Un monarca al frente de cada ciudad
defendía sus intereses frente a otros estados y potencias de
la época (Egipto, Babilonia y Asiria). Los hábiles pactos
con los vecinos, especialmente filisteos y judíos, resultaron
efectivos. Cuando las circunstancias lo requerían rendían
vasallaje y pagaban tributos a las grandes potencias. La tolerancia
a los extranjeros, autorizados a asentarse en la ciudad y montar sus
propios negocios, resultó conveniente. Por su mediación
se evitaron presiones excesivas de las grandes potencias.
Establecidos
en el país de Canaán hacia el s.XXVIII a. J.C. Su verdadero
origen se ignora (¿Arabia, país de Amurru, país
de Edom y de Moab?), se mezclaron con los autóctonos (habitantes
paleolíticos y neolíticos, de los que existen vestigios
en Ra's-Samra) y se establecieron en la costa del monte Carmelo hasta
Ugarit. Fundaron numerosos puertos (Arados, Smyrna, Trípoli,
Yubayl-Biblos, Beritos, Sidón, Tiro y 'Akka), para los que
escogían cabos o islas próximas a la costa, que los
protegían de los vientos (S-N) y les servían de refugio
en caso de invasión (Tiro y Arados); se orientaron deliberadamente
hacia el mar, que, por medio de la navegación de cabotaje,
les permitía establecer relaciones más fácilmente
que la tierra. Desde el III milenio entraron en contacto con Egipto,
país al que suministraban madera (cedro, abeto) para sus barcos,
aromas, aceites y resina, y por el que estuvieron muy influidos. Sobre
todo Biblos y Sidón desde el s.XVIII, mantenían relaciones
con los egeos, dueños del mar (cretenses y posteriormente micenios),
que frecuentaban sus puertos. De este modo, cuando la invasión
de los pueblos del mar (c.1200) los liberó de la tutela egipcia,
pudieron reemplazar el poder egeomicénico, arruinado por los
dorios. A partir de entonces conservaron su independencia bajo la
tutela de Tiro, alcanzaron una era de gran prosperidad. Su área
de influencia se extendió progresivamente; por una parte, desempeñaron
el papel de agentes e intermediarios entre occidente y oriente (controlando,
por tierra, los puntos a donde iban a parar las caravanas del desierto
[Hama, Damasco y Thapsaco] y en donde adquirían las mercancías
orientales), y, por otra, fundando, alrededor del Mediterráneo,
numerosas factorías y colonias comerciales. En el s.X se instalaron
en Chipre y, en las costas de Asia Menor (Panfilia y Licia), donde
chocaron con los griegos, que los desbancaron de Rodas, de las Espóradas
y de las Doradas, donde habían permanecido durante algún
tiempo. Buscaron entonces nuevos mercados en el Mediterráneo
occidental: prudentemente, dejaron Tirrenia a los etruscos y a los
griegos, y establecieron en Sicilia occidental, en las islas de Malta,
Gozo y Pantelleria, bases propicias para el comercio con Africa (s.IX);
a través de Cerdeña e Ibiza habían llegado, en
la Península ibérica, al país de Tarsis (Gades,
s.XI), donde sus barcos recogían estaño y la plata procedentes
de la península o de las islas Casitérides. A su regreso,
aprovechando las corrientes de las costas africanas y por mediación
de sus antiguas colonias de Hippo Diarrhytus y Utica (1100), llegaban
a Cartago (814-813) y al golfo de la pequeña Sirte (Hadrumeta
y Leptis). Al compás del desarrollo de los mercados comerciales,
los artesanos prosperaban en las ciudades (monopolio de las lanas
teñidas con la púrpura del murex recolectado en las
costas de Africa, Creta y Egeo; cerámicas y objetos de lujo),
abasteciendo a los barcos con telas, bordados, cueros, púrpura,
perfumes, etc.
El alfabeto:
Entraron en contacto
con todos los países que habían adoptado la escritura
y muchas de sus transacciones que debían ser anotadas eran
de tan escasa relevancia que no podían permitirse los servicios
de un escriba conocedor de los múltiples signos ideográficos.
Se dieron cuenta que en todos los lugares, en todos los idiomas, se
repetían una serie de sonidos que podían convertirse
en signos identificables. Así redujeron los sonidos de todas
las lenguas a sólo treinta signos, el alfabeto. La invención
del alfabeto (textos de Ra's-Samra, s.XIV) y su adaptación
a las necesidades económicas (textos de Biblos) facilitaron
en todas partes las operaciones comerciales, que, por reacción,
propagaron esta forma de escritura.
Nave griegaTiro
llevó la iniciativa en esta actividad, siempre estrictamente
comercial, y adquirió así la hegemonía sobre
las demás ciudades fenicias. Con el auge del poder de los asirios,
que buscaban una salida al mar , se vieron amenazados por el NE. En
el 520 se produce la secesión de Cartago, que ocupó
su lugar en occidente. Una confederación fenicia bajo la hegemonía
de Sidón se alió primero con los persas, que utilizaron
su marina para lanzarla contra los griegos en Chipre (498) y durante
las guerras médicas (puente de barcos sobre el Helesponto);
batalla de Salamina, 480). Persia hacia 540 había llevado a
cabo la conquista de las ciudades griegas del Asia Menor, trataba
de ampliar sus fronteras hasta el Danubio y amenazaba a Grecia cortándole
sus indispensables comunicaciones con las regiones cerealistas del
Ponto Euxino; las guerras desencadenadas por la revuelta de Jonia
(499) e ilustradas por las victorias griegas de Maratón (490),
Salamina (480) y Platea (479) demostraron el valor del hoplita y la
superioridad del marino griegos. Se constituyó la Confederación
de Delos (478 ó 477) y los aliados mandados por Cimón
consiguieron tras la victoria del Eurimedonte (468) la liberación
del Egeo que consagró definitivamente la paz de Calias (449).
La actividad de los mercaderes fenicios tropieza desde entonces, en
todas partes, con la competencia de la marina y de los productos griegos.
El rey era también
el principal comprador y vendedor del Estado. Su poder se asentaba
de forma importante en la religión (presidía grandes
ceremonias y levantaba templos). Su religión fue siempre primitiva
y cruel. Un funcionario civil con el título de gobernador incluso
limitaba el poder real. El comandante de campo era un puesto militar
de gran importancia. Como el comercio constituía el eje de
toda la sociedad, representantes de las familias más adineradas
formaban un influyente consejo que asistía al rey.
Poderío
naval:
Llegaron a contar
con cuantiosos recursos para constituir flotas, costear expediciones
comerciales y formar sociedades aseguradoras que cubriesen los riesgos
de la navegación comercial. En el 2600 a. de C. el faraón
Sakhuré compró a los fenicios cuarenta barcos construidos
con cedro del Líbano. Ugarit mantenía relaciones con
Creta, la potencia naval de la época, más tarde relevados
por los micénicos y los aqueos. Tiro, emplazada en una isla,
se libró de las invasiones y aprovechando la debilidad de las
potencias, inició una aventura marítima a gran escala.
Cualquier innovación técnica naval que facilitase una
mayor carga de mercancías, más rapidez o protección
frente al enemigo era aplicado inmediatamente a los navíos.
Sus embarcaciones tenían el casco con forma ancha y redonda.
Los griegos las llamaban gaulós (bañera). Alrededor
del 800 a. de C. los barcos de guerra fueron dotados de espolón
e inventaron el trirreme, mejora de los fenicios al añadir
una fila más de remeros. La adaptación tuvo lugar en
los astilleros de Cartago en el siglo IV a. de C.
Trueque de numerosos
productos:
Además
de productos suntuosos (joyería, artesanía fina, plata),
los fenicios comerciaban con cereales, vinos, aceites etc. por medio
del trueque. Entre los años 680-652 Giges, rey de Lidia acuñó
moneda por primera vez. Los fenicios adoptaron la moneda a partir
del año 450 a. de C. fecha de la primera emisión de
moneda fenicia, realizada en Sidón, que había heredado
la hegemonía de Tiro. Las obras artesanales fenicias tenían
cierta falta de originalidad ya que imitaban estilos para infiltrarse
en otros mercados. La púrpura era una mercancía exclusiva
fenicia, muy apreciada en la Antigüedad, hecha con tejidos teñidos
con el jugo del murex, un molusco de las costas del Líbano.
Como comerciantes no gozaron de fama de honrados y terminaron tratando
con esclavos.
Gádir
(1.100 a. De C.):
Se convirtió
en la colonia más importante del Mediterráneo occidental,
su ámbito de influencia económica alcanzaba la franja
entre Orán e Ibiza y el litoral atlántico de Marruecos.
En sus alrededores se podía encontrar plata, muy demandada
en los imperios de Oriente, sobre todo en Asiria.
Tras la conquista
de Alejandro Magno (332 a. de C.) se inició su decadencia que
culminaría cuando Fenicia entró a formar parte del ámbito
romano.
Los barcos y
la navegación:
La habilidad
marinera de los fenicios era ampliamente conocida entre los pueblos
vecinos y suscitó siempre una gran admiración o una
fuerte envidia. En realidad, el dominio de los medios de navegación
y el profundo conocimiento de los mares y de los elementos atmosféricos,
junto con la costumbre de los tráficos marítimos, permitieron
a este pueblo llegar a ser un ejemplo en el ámbito de la cuenca
mediterránea. De aquí la fama que tenían de crueles
piratas o hábiles comerciantes, de astutos o estafadores mercaderes
o de grandes e intrépidos navegantes. Sea como fuere, los fenicios,
animados por el deseo de adquirir fuentes cada vez más nuevas
y remuneradas de aprovisionamiento de materias primas y de comerciar
los productos propios elaborados en la madre patria, recorrieron enormes
distancias, siendo los pioneros en trazar rutas hacia el Mediterráneo
occidental y, más allá de las columnas de Hércules,
hacia las costas atlánticas de África y de Europa, abriendo
a la historia la cuenca occidental del Mediterráneo. Sobre
la base de las antiguas fuentes escritas y con relación a los
antiguos asentamientos, es posible argüir los diferentes sistemas
de navegación en uso en aquella época. Se pueden reconocer,
pues, dos tipos fundamentales: el primero, de pequeño cabotaje,
se desarrollaba en el ámbito de la franja costera, con navegación
a la vista de las costas y entre núcleos habitados próximos.
El segundo, de
largo recorrido, se enfrentaba con amplios trechos de mar abierto,
lejos de las costas y se dirigía hacia lugares a menudo muy
distantes del puerto de partida. Por lo que atañe a la navegación
de pequeño cabotaje, ésta se efectuaba prevalentemente
en las horas diurnas, en la proximidad de las costas y, por lo tanto,
navegando a la vista, para unir los centros costeros separados entre
sí no más de 25-30 millas náuticas. A este fin,
junto a los barcos mercantiles de mayor tamaño, se utilizaban
también embarcaciones de menor tonelaje, con relación
al espejo de mar que había que atravesar y a la posible carga
que había que transportar. Por otra parte, la navegación
de largo recorrido tenía lugar especialmente en mar abierto,
a una mayor distancia de las costas, pero probablemente siempre a
la vista de la tierra, durante la noche. Cuando el trayecto no permitía
paradas a la navegación, la nave se orientaba por la constelación
de la Osa Mayor, conocida en el mundo antiguo con el nombre de Estrella
Fenicia. En todo caso, cuando era posible y en estrecha dependencia
de las condiciones atmosféricas, también la navegación
de largo recorrido tenía que aprovechar las escalas temporales,
necesarias para el aprovisionamiento de los géneros alimenticios
y para posibles reparaciones del mismo barco. En las paradas nocturnas
y caso del mal tiempo o de viento contrario, se escogían espejos
de agua respaldados por promontorios o islas, mientras que, en lo
tocante a las embarcaciones menores, éstas se llevaban a tierra
fácilmente, cada vez que se presentaba la necesidad de hacerlo.
Si se observa con atención un mapa geográfico del Mediterráneo,
se puede constatar fácilmente que los trechos de mar en los
que se tenía que navegar necesariamente, sin puntos de referencia
en la costa, son muy raros en realidad. Pues, si se tiene presente
que la velocidad de la flota comercial giraba en torno a los 2-3 nudos,
se deduce que en un día se podían recorrer más
de 50 millas marinas, que permitían llegar, salvo en algunas
travesías de especial longitud, a la vista de las costas. Los
trayectos más largos, que suponían navegar sin puntos
de referencia en la costa, eran las travesías del canal de
Cerdeña, desde las costas africanas a las de la isla, o la
travesía del mar de las Baleares, desde las costas africanas
a las islas Baleares, o de éstas a las costas occidentales
de Cerdeña. Las restantes rutas que los fenicios solían
recorrer podían hacerse costeando la tierra, como debía
suceder durante las largas travesías de Oriente a Occidente
y viceversa. Por lo que se refiere a la velocidad máxima del
recorrido de un trecho de mar del que se tenía conocimiento
cierto, el historiador Polibio nos transmite la noticia de cómo
un capitán cartaginés, llamado Aníbal el Rodense,
consiguió efectuar con un barco de guerra el trayecto entre
Cartago y el cabo Lilibeo hasta la actual Marsala, equivalente a 125
millas marinas, en 24 horas con una media de más de 5 nudos
por hora. La navegación comercial tenía lugar casi exclusivamente
entre los meses de marzo y octubre, es decir, durante la temporada
más benigna del año, y empezaba con especiales ceremonias,
con la intención de propiciar los tráficos marítimos.
La falta de vientos constantes, como los alisios en la cuenca del
Mediterráneo, constituyó seguramente un problema no
leve para los largos trayectos, con relación al tipo de velamen
en uso en aquella época. Sin embargo, la inconstancia de los
vientos mediterráneos y su orientación tan variable,
aunque a veces impusieron paradas de varios días de duración,
también permitieron que el tráfico comercial se desarrollara
en todas direcciones, sin necesidad de que hubiera temporadas de espera
o de que se dieran giros acaso viciosos o excesivamente largos.
La navegación
de las embarcaciones de guerra, por el contrario, tenía lugar
durante todo el año, por la necesidad de patrullar las costas
y para la posible represión de la piratería; o bien,
en el caso de acontecimientos bélicos en curso, para las oportunas
operaciones militares. Estas eventualidades, condicionadas por la
intemperie, fueron muchas veces fatales si se considera que, por ejemplo,
durante el desenvolvimiento de la primera guerra púnica entre
Cartago y Roma, las pérdidas de la flota comercial -incluyendo
barcos para el transporte de las tropas y de los aprovisionamientos,
y los barcos de línea- causadas por las tempestades y por los
consiguientes naufragios atribuibles a los cartagineses, sumaron cerca
de 700 unidades; mientras que las pérdidas de las flotas romanas
superaron incluso el millar.
Expediciones
marítimas:
Gran resonancia
tuvieron en la antigüedad los viajes de exploración con
fines comerciales, efectuados por fenicios y cartagineses en búsqueda
de metales preciosos o de nuevos y más remunerativos mercados.
Entre éstos, merece ser recordado sin duda el que, según
el historiador Heródoto, efectuaron los fenicios por encargo
del faraón Necao hacia finales del siglo vn a.C. y que, habiendo
durado cerca de tres años, los llevó a circunnavegar
el continente africano de oriente a occidente, o bien, como narra
un geógrafo griego, el viaje del cartaginés Hannón
que, hacia finales del siglo V a.C., poniendo vela desde Cartago hacia
el océano Atlántico, traspasó las columnas de
Hércules, llegando hasta el golfo de Guinea. También
vale la pena citar el viaje efectuado hacia el siglo y a.C., por el
cartaginés Himilcón a lo largo de las costas atlánticas
de Europa hasta alcanzar la Bretaña y, tal vez, las islas Casitérides
(Gran Bretaña e Irlanda) en busca del estaño y en el
intento de abrir una nueva vía comercial para este mineral,
en alternativa a la vía continental que, a través de
Francia, llegaba hasta el golfo de León y a Marsella. Algunos
hallazgos arqueológicos atestiguan la presencia, aunque temporal,
de los cartagineses en las islas Azores, mientras ulteriores noticias
de antiguos autores cuentan viajes fabulosos efectuados por los fenicios
en regiones del océano Atlántico.
Diseño
de embarcaciones:
Para poder desarrollar
sus actividades comerciales, los fenicios utilizaron barcos equipados
adecuadamente para dichos fines, que explotaban todos los recursos
puestos a disposición por la técnica de los astilleros
de la época y que no estaban muy distantes de los criterios
constructivos actualmente en uso. Ante todo hay que recordar los barcos
de transporte, llamados gauloipor los antiguos autores, a causa de
la redondez de su casco, que tenían una amplia capacidad de
carga y poseían una anchura equivalente a la cuarta parte de
la longitud. Los barcos de transporte fenicios tenían una longitud
comprendida entre los veinte y los treinta metros y, por lo tanto,
la anchura era de seis o siete metros; el calado era de un metro y
medio aproximadamente, en analogía con la parte saliente del
casco. Si las medidas ahora mencionadas corresponden a la mayor parte
de la flota en uso, no hay que excluir los barcos mercantiles de mayores
dimensiones. La popa era redondeada y culminaba con un friso de cola
de pescado o en forma de viruta, así como la proa, también
curvilínea, acababa en el aplustro, un friso zoomorfo representando
la cabeza de un caballo. En el casco, a espaldas de la proa, estaban
representados dos ojos, que, según la intención de cada
caso, tenían que permitir al barco ver la ruta y tenían
que causar terror a los enemigos. La propulsión de estos barcos
estaba garantizada por la presencia del palo maestro que sostenía
una vela rectangular, fija con una yerga que se orientaba según
fuera la dirección del viento. La forma y la posición
de la vela permitían al barco tan sólo unas andaduras
con vientos provenientes de los cuadrantes de popa. El gobierno del
barco estaba asegurado por el timón, un remo con las palas
asimétricas muy amplias, que se sujetaba en el lado izquierdo,
cerca de la popa. En el puente del barco, siempre hacia la parte de
popa, surgía el castillo que ofrecía protección
a la tripulación y contenía los aparejos además
de la cocina de a bordo. La tripulación de estos buques raramente
superaba los veinte hombres, incluyendo al capitán armador
y al piloto, puesto que la navegación de vela no requería
un número mayor de marineros. Pasando a considerar los barcos
que componían la flota de guerra de los fenicios y de Cartago
es preciso observar, ante todo, que estas embarcaciones eran más
delgadas que la flotilla comercial. Pues, para poder albergar una
tripulación más numerosa y para poder disponer en los
bancos del mayor número posible de remeros, estos navíos
tenían una anchura que correspondía casi a la séptima
parte de su longitud. Mientras la popa era semejante a la de los barcos
comerciales, la proa se apartaba bastante, puesto que constituía
la parte más importante de la embarcación y el arma
ofensiva durante las batallas. Era precisamente en la extremidad de
la proa donde se colocaba el espolón, es decir, una punta de
bronce de diferentes perfiles que se utilizaba para destrozar los
costados de los barcos adversarios. A los lados de la proa estaban
ubicados los acostumbrados ojos, encima de los cuales se hallaban
los orificios por los que pasaban los cables de las anclas. En el
puente, siempre hacia proa, estaba situado el castillo, una estructura
de madera que durante los enfrentamientos albergaba a los arqueros
o las catapultas; en popa estaba en cambio el puente, reparo y alojamiento
del capitán y de los oficiales. El gobierno del barco estaba
asegurado por dos timones colocados en los costados, cerca de la popa.
La propulsión del barco de guerra era más compleja,
puesto que en batalla eran indispensables las evoluciones y cambios
bruscos de ruta para poder tocar al enemigo con el espolón
y evitar los golpes asestados por la flota adversaria. Por lo tanto,
en el puente se levantaban dos palos, uno colocado en el centro, que
sostenía la gran vela maestra, y otro ubicado en la proa que
enarbolaba una pequeña vela, la cual permitía gobernar
el barco incluso con vientos transversales. Durante las batallas los
barcos se desarbolaban y la propulsión de los mismos quedaba
asegurada por los remeros. Estos se colocaban en el interior del casco,
a lo largo de los costados del barco, y empuñaban los remos
que salían por los orificios practicados en la tablazón.
Junto a los barcos comerciales y de guerra, se conocen también
embarcaciones menores, como los botes utilizados para recorridos de
pequeño cabotaje o las barcas de pesca. La forma del casco
era semejante a la de los barcos mercantiles, con una proporción
análoga entre la longitud y la anchura. La popa, adornada con
un friso, era redondeada, mientras que la proa era apiculada, llevando
encima una viga. La propulsión dependía tanto de las
velas, con un pequeño palo, como de los remos, mientras el
gobierno se aseguraba mediante un timón situado a la izquierda
de la popa. Siempre sobre el tema de la flota de guerra es preciso
mencionar primeramente los tipos en uso entre el inicio de la historia
de los fenicios y la caída de Cartago.
El barco más
antiguo y más elemental era la pentecontera, cuyo nombre indica
sus características más sobresalientes. La embarcación,
en efecto, tenía una longitud que se calcula entre unos veinticinco
metros y tenía una tripulación de cincuenta hombres
en los remos, dispuestos en veinticinco por cada lado, además
del capitán, el segundo, el piloto y los hombres encargados
de la maniobra de las velas, que no superaban el número de
diez. El ritmo del movimiento de los remos lo aseguraba un flautista.
La reina del Mediterráneo, dueña indiscutible del mar,
entre los siglos VII y IV a.C., fue la trirreme o triera, cuya invención
los antiguos autores atribuyen a los navegantes fenicios. Esta embarcación
albergaba una tripulación de unos ciento ochenta hombres, dispuestos
en la siguiente forma: ochenta y cinco hombres por cada lado se aplicaban
a los remos, mientras la parte restante constituía el personal
consagrado al mando y a la maniobra del velamen, así como un
pequeño contingente de infantería de desembarque, destinada
al combate. La innovación fundamental de este barco fue el
hecho de que los remeros, dada la longitud del casco, no superior
a los treinta y seis metros, no estaban dispuestos en línea,
sino superpuestos en tres filas desiguales, de manera que pudieran
lograr un triple objetivo: no estorbar el movimiento de los remos
de los marineros, no tener que levantar demasiado los costados del
barco y contener su longitud. Los antiguos autores también
atribuyen la sucesiva tetrera, en servicio en las flotas cartaginesas
a partir del siglo IV a.C., a los astilleros de Cartago. La innovación
de este barco, como la de la sucesiva pentera, clásico buque
de línea durante las guerras púnicas, consistía
en disponer de cuatro y, a continuación, de cinco remeros para
cada remo y en un mismo banco. Tanto la tetrera como la pentera tenían
una longitud de casi cuarenta metros y una anchura de poco más
de seis, con una parte sumergida no superior a los dos metros. La
máxima velocidad alcanzable por estos barcos -cuya tripulación
era respectivamente de doscientos cuarenta y de trescientos hombres
aplicados a los treinta remos por lado, además de aquellos
destinados a la maniobra de las velas-, velocidad obtenida con el
uso simultáneo de dos medios propulsores y únicamente
para cortos trechos, era de cinco y de seis nudos. La velocidad de
crucero, alcanzable con el uso de uno solo de los medios de propulsión
era de casi la mitad de la máxima. La aproximación al
teatro de la batalla se hacía con el exclusivo uso de la vela;
en el momento de avistar al enemigo, se amainaban las velas y se quitaba
el mástil y, cuando era posible, se dejaba en tierra para dejar
libre el puente, a fin de que los combatientes pudieran moverse fácilmente
en él.
Técnica
de combate naval:
El orden de batalla
y el enfrentamiento se efectuaba exclusivamente a fuerza de remos,
para poder maniobrar el barco con mayor facilidad. De máximo
interés es el constatar, a través de las antiguas fuentes,
que mientras los ejércitos cartagineses estaban compuestos
prevalentemente de mercenarios, reclutados a sueldo en las diferentes
regiones del Mediterráneo, las tripulaciones de los barcos,
en cambio, estaban constituidas exclusivamente por ciudadanos cartagineses.
La consistencia de las flotas durante el enfrentamiento con Roma,
era de varias escuadras de doce barcos y podía llegar normalmente
a formar flotas de ciento veinte barcos y, en casos especiales, de
más de trescientos. Las tácticas de las batallas navales
de escuadra eran principalmente dos: la primera, conocida con el nombre
de diecplus, consistía en una salida simultánea y velocísima
de toda la flota dispuesta en línea, en atravesar la línea
enemiga por los espacios existentes entre los barcos, en el repentino
viraje a espaldas del adversario y en el asestar un golpe definitivo,
con el espolón, en la popa de los barcos enemigos. La segunda
táctica, definida periplus, consistía en colocarse al
lado del barco enemigo y asestarle un golpe con el espolón
contra el costado. Cuando un barco enemigo no quedaba irremediablemente
afectado era arrastrado hasta tierra firme para efectuar su reparación
y poder utilizarlo de nuevo.
Construcción
naval:
En cuanto a la
carpintería y a las técnicas de construcción
de aquel tiempo, ha sido de gran ayuda, para su mejor conocimiento,
el descubrir en un espejo de mar poco al norte de Marsala, dos barcos
púnicos del siglo III a.C. Los barcos, en discreto estado de
conservación teniendo en cuenta su larga permanencia en agua,
han sido clasificados por los autores del hallazgo como barcos de
guerra, pero la ausencia del espolón, de por sí tan
significativa, y su escasa longitud, no superior a los treinta metros,
permiten atribuir a las dos embarcaciones una función más
bien de avisos-repuestos, no destinados a las operaciones bélicas
sino a funciones de enlace. En todo caso, lo que sigue siendo de importancia
fundamental es la técnica utilizada en su construcción.
En efecto, ha sido posible observar que ambos barcos estaban construidos
en su totalidad, con piezas de madera prefabricadas separadamente
y montadas sólo en un segundo tiempo. Esto se deduce en base
a la presencia en los bordes de cada pieza de unas letras del alfabeto
púnico y de líneas de guía que debían
servir de referencia a los carpinteros. Este descubrimiento contribuye
también a aclarar el famoso episodio descrito por Plinio (Nat.
Hist., XVI, 92) en que se cuenta cómo la primera flota romana
fue construida tan sólo en sesenta días. En realidad,
el historiador Polibio cuenta lo siguiente: "En esta ocasión,
los cartagineses habían asaltado (a los romanos) en el estrecho
(de Mesina) y un barco cubierto, habiendo avanzado demasiado en su
afán de combatir, se había embarrancado y había
caído en manos de los romanos; de este barco se sirvieron para
construir toda la flota". Es bastante evidente que, si para la
construcción del barco de guerra cartaginés se habían
utilizado los sistemas descritos arriba, el subsiguiente desmontaje
había revelado su procedimiento y había permitido a
los carpinteros romanos preparar la flota en muy breve tiempo. Por
otra parte, siendo innegable la supremacía de las flotas cartaginesas
en este período, es lógico que se tomaran como prototipos
los barcos que, en aquel tiempo, constituían la suma de las
técnicas navales, de la funcionalidad y de la manejabilidad,
en toda la cuenca occidental del Mediterráneo. En conclusión,
la estructura de los antiguos barcos fenicios y púnicos y los
elementos que componían su casco, por lo menos en base a lo
que se puede deducir de los restos de embarcaciones arriba citados,
era bastante parecida a las actuales barcas de pesca de los países
ribereños del Mediterráneo. Se trata de un complejo
de tablas colocadas a cuchillo o parcialmente superpuestas -la tablazón-
que va sujeto interiormente por un esqueleto de vigas -las ordenadas-
ortogonales a la quilla. Además subsisten trazas de un recubrimiento
externo que protegía la tablazón, formado por planchas
de plomo embreado interiormente con pez y fijadas al casco con clavos
de cobre.
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